Se aproxima la Navidad, desde bien pequeños estamos esperando estos días de fiestas para recorrer las calles de nuestra ciudad, embriagarnos de las luces y el colorido que durante unos días adornan y embellecen las calles de la localidad, pero sobre todo, esperamos saborear los dulces típicos de esta esperada época del año, entre los que se encuentra, ese manjar con forma de algodón de azúcar, un placer prohibitivo que nos hacer viajar a la más dulce infancia.
El algodón de azúcar acompaña nuestros recuerdos más dulces de nuestra infancia. Pensar en ese nido colorido de azúcar, es pensar en momentos mágicos, festivos, en risas, en felicidad… en definitiva, en buenos momentos vividos junto a aquellas personas que más queremos y qué generación a generación vamos transmitiendo a los más peques, siendo el resultado el mismo, un absoluto placer para los más pequeños (y no tan pequeños) paladares de nuestras casas.
Aunque el algodón de azúcar empezó a verse en el siglo XV en muchas pastelerías y panaderías italianas, cuando hervían jarabe de azúcar en una olla para crear pequeños filamentos decorativos con los que después adornarían diferentes pasteles. Pero poco tenía que ver con el que algodón de azúcar que niños y niñas saborean en las ferias actuales. En aquella época en Italia, debido a lo costoso del proceso y al alto precio de aquel primer intento de algodón de azúcar, lo cierto es que sólo unos pocos afortunados tenían la oportunidad de saborearlo, ya que era un producto de lujo destinado sólo a personas de la más alta sociedad de la época.
Durante más de 300 años, muy pocos fueron los pudientes que tuvieron acceso a degustar tan goloso manjar.
No fue hasta finales del siglo XIX (1897) cuando la situación dio un giro radical. La curiosidad de un dentista (William J. Morrison) y la pericia de un amigo suyo (John C. Wharton), les llevó a crear la primera máquina eléctrica para fabricar los algodones de azúcar que conocemos hoy en día. Sí Sí habéis leído bien, fue un dentista el creador de la máquina del Algodón de azúcar.
Pese al paso de los años, la tecnología y el proceso es el mismo que podemos encontrar a día de hoy en cualquier feria o evento que se precie. De lo que se encarga el artefacto es de calentar el azúcar hasta que se convierte en un líquido que sale despedido por los pequeños orificios de la centrifugadora en que se encuentra. Así es como se producen las finas tiras de azúcar que luego se recogen con un palo de madera.
Para mantener una sonrisa limpia pero sobre todo sana, como ya hemos aconsejado en varias ocasiones, no es bueno abusar del azúcar, que como sabemos, es el mayor amigo de las caries. Por ello, recomendamos que en estos días de más alboroto y ajetreo, se siga manteniendo una óptima higiene dental, sin olvidarnos del cepillado de dientes diario y hagamos un consumo moderado de dulces y chucherías.
Esperemos que durante estos días de fiestas que se aproximan disfruten en compañía de las personas que más quieren y sobre todo no dejen de sonreír.